BARBASTRO es una ciudad cuatro estaciones. Como las composiciones de Vivaldi. Como las elaboraciones italianas. Tiene mucho de todo para todo tiempo. Atrás han quedado Ferma, el Festival Vino del Somontano, el Polifonik Sound, las fiestas, la música, la vendimia y el tomate rosa. Y de todo quedan efluvios que se prolongan en los meses y se proyectan en una atmósfera singular.
Se nos viene el Barbastro y el Somontano más lírico, el que va dejando atrás el otoño y va vistiéndose de luces de Navidad, mientras las expresiones permanentes de su monumentalidad (las piedras acariciadas por los vientos y las aguas) son iluminadas por la Navidad, alborotadas por los gritos en torno a Zagalandia y los “chinchines” de la celebración, porque cambiamos de año, pero la ciudad permanece inmutable en su esencia e incluso en su evolución. Es tiempo de brindis, de felicidad por habernos conocido, de la afabilidad que
caracteriza a una tierra hospitalaria, dura en su resistencia pero acogedora en su voluntad, que se alía con la huerta y liba los mejores vinos.
La personalidad se va cincelando día a día, paso a paso, desde hace siglos y siglos. Somos herederos de una cultura pletórica de valores, de santos y de mártires, de miradas hacia el futuro, hacia esa Candelera que iluminará los rostros en el que podemos considerar el cambio de año natural barbastrense, centurias de sabiduría comercial desde los mercados hasta los establecimientos más vanguardistas. Y ya miraremos hacia esa Semana Santa de Interés Turístico Nacional.
En medio, siempre esa mirada, esa palabra amable, ese lenguaje peculiar en el que los barbastrenses, las gentes del Somontano, nos reconocemos, con la dureza de la roca de Guara, con la frescura y la bravura de las aguas, con el sosiego de los verdes bosques en los que paseamos nuestra filosofía de vida. Es un cosmos quizás pequeño, ¡pero tan inmenso y universal…!