PORTADA Nº5 PARA WEB

Nº5 . Junio 2022

Javier García Antón.

LAS CIUDADES SON, por más que se transformen, como la naturaleza misma. Es el secreto de su adaptación, de su progreso. Las hay que se colocan al sol que más calienta, pensando en el efecto energético del astro. Y, si no son cuidadosas, se queman. Otras, como Barbastro, evolucionan porque se ponen al sol que mejor calienta y, desde esa virtud, empiezan a pedalear. Al principio, el ritmo es tranquilo. Paulatinamente, el conocimiento del trazado y la observación del entorno les permiten acelerar hasta una velocidad que es aquella en la que se encuentran cómodas con todo el ecosistema propio y el relacional, que nunca es ajeno.
En el esfuerzo, una ciudad líder incorpora a su bicicleta de tándem a todo el territorio de influencia. Es más, cuando desde más lejos aprecian la conveniencia de participar en la ruta, se incorporan más y más pasajeros. Y, con el hábito de la curiosidad, constatan que hay ingredientes para el mejor desarrollo. El primero, el del comercio, que es el punto de confluencia ideal desde el que establecer las bases del porvenir. El segundo, el turismo, que no es sino el abrazo de la felicidad que establece un bumerán que, una vez lanzado tras la primera visita, siempre retorna. Por supuesto que el tercero es el productivo. El de esos hortelanos, esos viticultores cuya calidad es aprovechada por la industria o por la artesanía alimentaria para convencer de que la despensa está plenamente surtida.
Escribió McLuhann que la mano que escribió una página construyó una ciudad. Barbastro es cultura y es naturaleza, es oración y es verbo, es éxito en el esfuerzo. El hogar público, como definió Tierno Galván a las urbes, está abierto a todos. Y se llega en la metáfora de la bicicleta.